domingo, 23 de agosto de 2009

¿Para qué nací?



Esa es una pregunta que muchos en algún momento de nuestras vidas, sobre todo en los más oscuros, nos hemos hecho. ¿Para qué nací? Dicen que todos tenemos una misión en ésta vida, pero...¿es cierto? Algo parecido se preguntó y respondió poeticamente Facundo Cabral.

"¿Para qué nací, madre? pregunté. Naciste para desvelar a Sylvia, para inquietar al comisario, para darle trabajo a los censores, dijo mi madre.
(Años después supe que nací para confirmar que la flecha nunca da en el blanco, para comprobar mi desubicación en esta sociedad donde las ideas han suplantado a los hechos; nací para preferir la transformación, que es mística, a la metafísica, que es psicológica, a pesar de ser una palabra griega.)
Nací para dar testimonio de un escándalo infinitamente demorado, para que mis ojos se lo beban todo, para que terminen devorando mi copa, para ignorar que la existencia es una interminable suma de miedos.
Nací para sentirme mal, tal vez sólo porque sospecho, culpa de la esperanza, que puede haber un mañana mejor, y yo soy ansioso, no puedo esperar; nací para comprobar en el presente, y gracias al pasado, que nada es tan malo, pero que tampoco nada es tan bueno; nací para ser lo amado, por ejemplo Arthur Rubinstein, al que conocí dando de comer a las palomas en el Campo di Fiore del Trastevere romano, el que con solo apoyar sus incendiadas manos en el teclado podía revivir a Chopin; nací para cultivar la memoria de tal suerte que se enriquecieron mis soledades, que son declaraciones inconscientes de independencia.

Nací para tener que aceptar, dolorosamente, que aunque uno haga mucho, lo esencial será postergado hasta lo infinito; nací para que una extraña ética me condene a estar solo, pues no me permite pactar ni siquiera cor aquellos que me ayudarían a sobrevivir; nací para no recordar quién dijo que la gloria es el sol de los muertos; nací para preguntárselo a Borges un día de estos en la Galería del Este, porque él lo debe saber, of course; nací para que él me sepa, nací para que Aquel me piense.
Nací para comprender que el que consigue llegar a su epicentro alcanza la eternidad; nací para perseguir infinitos y nostalgias, para imaginar el Universo, y a mí dentro de él, y a él dentro de mí, para saber que el escocés Carlyle estaba enamorado de Alemania, o de Goethe y Schiller, que es lo mismo.
Nací para leer, traducido, al Schopenhauer que se me adelantó, si yo fuera Nietzsche; nací para aprender algunas voces del inglés y el italiano, para amar al hebreo, al que tal vez nunca alcanzaré.
Nací para curiosear textos expresionistas que jugaban con el lenguaje como jugó Joyce; entre esos curiosos textos descubrí a Kafka, siempre divagando por el infinito; nací para morir con él, entre tortugas y flechas.
Nací para renacer por vos, para que no dejes de soñarme porque si no desaparecería; nací para hacer nada para nadie, para ser ninguno entre cualquiera.)
En esos días, como ahora, la gente tenía predilección por las estupideces, un respeto suicida por lo mediocre, es decir que antes de ser lo que no es, era menos (aún no quiere enterarse de que está hecha a la bendita semejanza, como el gato todavía no se enteró de que la ley de gravedad sigue vigente).
Los años pasaron unos tras otros, como es su costumbre, y no tuve más remedio que crecer; de mi familia heredé sólo una incipiente arteriosclerosis que me salva de recuerdos deleznables, que aliviana y agiliza a mi memoria, y un apellido de dudosa implicancia histórica: Cabral (por mi pariente, el sargento, algunos me odian; me dicen: por haber salvado al que salvó cuántos vinieron detrás).
Así comenzó la cuestión; había que elegir un modelo: preferí seguir al hombre del hachazo en la cabeza. Por él me conecté con otros golpeados, es decir Samuel Beckett, Henry Miller, Ezra Pound, a quienes encontré en la biblioteca, el segundo gran descubrimiento de mis primeros años, después de los caballos.
La biblioteca... allí estaban las fábulas y los aciertos de los hombres, desde el claro Lao Tsé, el despierto Buda y Hermes Trismegisto a las revisiones de Kierkegaard.
En uno de esos estantes encontré la manera de combatir al miedo que nos separa del león, del mar, del amor, de la vida, o los privilegios que nos depara la fe; en la biblioteca supe cómo se hacía el pan en los días de Jesús, por qué Jung suponía una realidad del alma y Kandinsky pregonaba una moral del arte. Allí supe de la serpiente donde los precolombinos descubrieron al generoso cuadrado, principio de la arquitectura, casi al mismo tiempo que los antiguos griegos.
En la biblioteca me enteré de que los fenicios inventaron el alfabeto por una necesidad de simplificar los trámites comerciales, es decir por una necesidad mercantil, invento que hoy me sirve espiritualmente, pues sin esos signos, caprichosos y mágicos, no podría intentar descansos en medio del Pacífico Desastre Cotidiano, columpios, columnas donde sostenerme para no caer en el terrible Abismo de la Aceptación, sonidos que me salven de las inútiles y tristes noticias de la televisión, juegos que me distraigan de los empleados de comercio, los telegrafistas, los corredores de Bolsa, los industriales, las manicuras, los deportistas y los choferes"
*Fragmento, "Paraíso a la Deriva", Facundo Cabral.

2 comentarios:

Nomada dijo...

Esto viene a colación, incluso, por el tema del aborto. Las buenas conciencias, decretamos que todo ser una vez concebido DEBE nacer, y por lo tanto, vivir. "Ese es su derecho", decimos. Así lo he pensado durante mucho tiempo, pero hoy estoy analizando el asunto desde una lógica diferente: ¿Qué hay del derecho de los concebidos a tener una familia "tradicional"? ¿Las mujeres tenemos derecho a traer al mundo hijos aunque la figura paterna esté ausente? En la actualidad el mundo está patas arriba, hay bastantes problemas y mucho de eso se lo achacan a las "familias disfunsionales". Yo fuí madre soltera, así que hablo con conocimiento de causa. Decidí en su momento, hace 21 años, asumir la responsabilidad de mis actos, y traer un hijo al mundo...aunque careciese éste de su padre biológico. He tratado de darle todo lo necesario, y más si es posible, pero...algo no ha funcionado en el camino. Y mi hijo no está satisfecho con su vida. No es feliz, y no me deja a mí serlo. Aún sigo en contra del aborto, pero creo que hay situaciones en las cuales hay que buscar el mal menor. ¿Es justo traer un hijo al mundo, porque "nos salieron mal las cuentas"?

Anónimo dijo...

Me encanta como sabe expresar cada elemento que vive y como juega con las palabras, es como un laberinto de emociones.

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Buskerud, Kongsberg, Norway
Mexicana radicada en Noruega, critica y observadora social. ¿Cómo construir entre todos un mundo mejor y ménos egoísta?